La Navidad sin mí

En Londres la Navidad llegó hace ya semanas. Me da la sensación como si cada año las tiendas se adelantaran un poco más. Supongo que para avivar ese afán consumista mal disfrazado con espíritu navideño. No sé quién ni qué es el responsable de abrir la campaña navideña. En España está claro, el anuncio de la lotería. Menos desafortunado que el año pasado, tocando la fibra y metiéndote el miedo en el cuerpo. Y es que si hay una cosa que no soportaría ningún español hijo de vecino es que le tocará el gordo a todo el mundo menos a él.

Aquí he oído distintas versiones. Unos que si el encendido de luces de Regent Street, otros que si Starbucks con sus vasos rojos y los de más allá con la aparición de los Christmas menus en los restaurantes. La verdad es que no tiene importancia. Sin embargo, son los primeros indicios que hacen inquietar a tu cabeza. ¿Cuántos días de vacaciones me quedan? ¿Debería coger ya el vuelo? ¿Pregunto en el trabajo o me la juego? ¿Voy para Nochebuena, Nochevieja o para Reyes? ¿Otras Navidades fuera de casa? Tantas preguntas como situaciones. Están los que tienen suerte, los previsores, los de última hora, los pasotas, los que trabajan, los que pasan sus primeras Navidades fuera o los que repiten por segundo o tercer año.

He aquí un repetidor con mala suerte. Un reincidente, un exiliado de la Navidad en familia. No por propia voluntad, sino por las circunstancias. A veces toca elegir y no siempre lo bueno es lo mejor. A los que regresáis, sin acritud ninguna, os digo: ¡disfrutad! Comed como si no hubiera mañana, bebed, cantad y sobre todo reíd. Es un consejo, cogedlo o no. Pero a mí siempre me viene a la mente esa desgastada frase que predica así: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

A los que ya hemos perdido esa oportunidad de volver, nos invade algo peor; la morriña, que no modorra. Un galleguismo que te recuerda lo mejor de tu patria pese a la que está cayendo. Ese sentimiento que crece con fuerza en esta época y contrarresta las ganas de despotricar que tenemos el resto del año. ¿Cómo no iba a ser así? En eso les ganamos en todo. Qué mejor que nuestra comida, qué nuestros vinos, qué nuestros árboles de Navidad, nuestros chistes o villancicos. Quién mejor que nosotros para pasárnoslo bien, para montar fiestas, jaranas y jaleos. Desde luego los ingleses no.

¿Qué nos queda? Juntarnos. Reunirte con la única familia que conoces aquí, tus amigos. Pero no es lo mismo, por muy bien que te lo pases.  Porque yo estaré aquí, celebrando la Navidad sin mi familia. Mientras ellos estarán allí, celebrando la Navidad sin mí.

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